La fe impulsa a las ciudades. Turismo religioso y desarrollo municipal
La fe impulsa a las ciudades. Turismo religioso y desarrollo municipal
Por Adrián Lomello
Director Territorial para América
Red Mundial de Turismo Religioso (RMTR)
Cómo las peregrinaciones, los santuarios y las tradiciones devocionales se han convertido en motores estratégicos para transformar economías locales, revitalizar identidades urbanas y potenciar el gobierno municipal.
En todo el mundo, el turismo religioso dejó de ser un segmento marginal para convertirse en un motor estratégico del desarrollo local. Desde pequeñas comunidades rurales hasta grandes urbes, la llegada de peregrinos moviliza economías, revitaliza identidades, resignifica espacios públicos y fortalece la cohesión social. Las ciudades que comprenden este fenómeno y lo gestionan de manera inteligente logran transformaciones profundas y sostenibles.
Hoy, la interrelación entre fe, territorio y desarrollo se ha convertido en un campo de estudio clave. Mientras las peregrinaciones se multiplican, los municipios buscan modelos que articulen patrimonio, espiritualidad, hospitalidad y planificación urbana. Lo que está en juego no es solo atraer visitantes, sino construir entornos donde la experiencia religiosa se viva con autenticidad, calidad y respeto, favoreciendo a la comunidad local.
La fuerza silenciosa del turismo religioso
A diferencia de otros segmentos, el turismo religioso muestra una estacionalidad más equilibrada, una motivación emocional intensa y una tendencia de gasto estable. Las ciudades que reciben peregrinos experimentan impactos significativos: revitalización comercial, generación de empleo, impulso de emprendimientos familiares, fortalecimiento de la economía del cuidado, mejora de los espacios públicos y puesta en valor del patrimonio histórico y espiritual.
Este tipo de turismo actúa como una potente herramienta de redistribución territorial. Dado que muchos santuarios y centros de fe se ubican en ciudades medianas o pequeños pueblos, el flujo de visitantes expande los beneficios más allá de los grandes circuitos urbanos. Así, comunidades que antes carecían de dinamismo encuentran en los promesantes y peregrinos un motor de oportunidades.
Buenas prácticas municipales: las ciudades que lo están haciendo bien
1. Planes integrales de turismo religioso
Ciudades que diseñan estrategias específicas, contemplando infraestructura, movilidad, accesibilidad, marketing, seguridad y calidad de servicios. No se trata de un apéndice del turismo general, sino de una política pública autónoma y prioritaria.
2. Co-gobernanza entre municipio, Iglesia y comunidad
Los mejores modelos surgen cuando autoridades locales, diócesis, hermandades, organizaciones civiles y comerciantes trabajan juntos. La articulación institucional garantiza coherencia y evita la improvisación.
3. Patrimonio vivo, no solo monumental
La gestión inteligente entiende que una ciudad no se limita a templos o museos: también incluye tradiciones, ritos, festividades, gastronomía, artesanías y hospitalidad comunitaria. La dimensión simbólica genera experiencias memorables.
4. Infraestructura adaptada al peregrino
Senderos seguros, señalética clara, baños públicos, áreas de descanso, información multilingüe, voluntariado y transporte adecuado. El peregrino es caminante, devoto y visitante; cada rol requiere respuestas específicas.
5. Economía local fortalecida
Fomento de ferias, mercados, microemprendimientos y talleres que permitan captar el valor generado por el turismo religioso. Cuando la economía derrama en la población local, se consolida el apoyo social.
6. Comunicación clara y profesional
Promoción responsable, narrativas auténticas, campañas digitales segmentadas y narración de historias que conecten con los valores espirituales del destino.
El impacto en identidad y cohesión social
La llegada de peregrinos no solo mueve la economía: reafirma la identidad de la ciudad. La comunidad se reconoce en su patrimonio espiritual, recupera tradiciones, fortalece vínculos, revaloriza su pertenencia y genera sentido de orgullo local. El turismo religioso, lejos de banalizar la fe, puede ayudar a darle nueva vida cuando es gestionado con sensibilidad y respeto.
Además, la interacción con visitantes produce puentes culturales, fomenta la hospitalidad, estimula la solidaridad y proyecta la ciudad hacia el exterior como un espacio de paz. Las comunidades que se involucran en la organización de festividades, caminos de fe o acogida de peregrinos encuentran un poderoso catalizador de cohesión social.
Qué deben hacer las ciudades para fortalecer el turismo religioso
– Crear observatorios de turismo religioso para medir el impacto económico, social y cultural, generando datos que orienten mejor la planificación.
– Desarrollar rutas temáticas (caminos de fe, itinerarios marianos, circuitos patrimoniales, rutas bíblicas o de santos locales).
– Invertir en señalética y accesibilidad universal, haciendo que los lugares sagrados sean visitables para todos.
– Implementar programas de hospitalidad comunitaria, involucrando escuelas, organizaciones barriales, voluntariado y emprendedores.
– Promover la conservación del patrimonio religioso, tanto material como inmaterial, con restauración preventiva y valoración cultural.
– Digitalizar la experiencia del peregrino, integrando apps, audioguías, códigos QR, mapas interactivos y sistemas de reserva.
– Establecer mesas permanentes de diálogo con diócesis, congregaciones y comunidades de fe.
– Asegurar estándares de calidad en servicios, guías, gastronomía y alojamientos, especialmente en ciudades pequeñas.
– Diseñar un calendario anual de festividades, bien organizado y comunicado, que distribuya el flujo de visitantes.
Una oportunidad histórica para los municipios
Los municipios que integran el turismo religioso a su visión estratégica encuentran un aliado del movimiento económico, una herramienta de diplomacia espiritual y un multiplicador de identidad. Cuando las ciudades comprenden que los peregrinos no buscan solo un destino, sino una experiencia significativa, entonces pueden construir un modelo de desarrollo local más humano, más inclusivo y más sostenible.
El turismo religioso, bien gestionado, no solo transforma lugares: transforma vidas.
