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El ahorro que no fecunda

El ahorro que no fecunda

Por Lic. Juan Pablo Berarducci

Una economía nacional, en su formulación macroeconómica más fundamental, se asienta sobre la identidad de que el Ahorro debe ser igual a la Inversión. Esta ecuación no es solo un deseo normativo, sino una verdad contable que dicta que todo el capital no consumido debe ser, por necesidad sistémica, el combustible para el crecimiento productivo. Sin embargo, en el contexto argentino, esta identidad se ha roto de forma estructural y crónica, dando origen a una de las patologías económicas más persistentes del país: la dolarización masiva del ahorro privado.

El ahorro pasa a ser fuga de capitales del sistema económico nacional, el famoso «dólar del colchón» (los grandes ahorristas completan la fuga llevándolos al exterior) siendo la principal manifestación de la profunda desconfianza en la moneda nacional y la estabilidad solo declamada.

Círculo vicioso perfecto: la falta de inversión frena el desarrollo productivo y la generación de divisas genuinas, lo que a su vez obliga al Estado a recurrir a mecanismos de financiación insostenibles, principalmente la emisión monetaria y/o el endeudamiento externo, validando el temor del ahorrista y perpetuando la crisis.

Analizando algunas notas periodísticas de los últimos días , surge que sí hay consenso sobre la gravedad del problema, aunque existen matices importantes en cuanto a la atribución de la causa y de las posibles soluciones.

Ahorro fugado vs. inversión inexistente

Fernando Salón apunta directamente al corazón del problema al señalar que la falta de cumplimiento de la ecuación Ahorro = Inversión es la causa de la crisis crónica argentina. Para Salón, esta falla se traduce en una brecha por la cual el ahorro, mayormente, «sale del circuito económico nacional y va a cajas de seguridad y cuentas en el exterior,» dejando al país en una crisis perpetua de falta de reservas internacionales.

La magnitud de este capital inmovilizado es asombrosa. Héctor Giuliano cita estimaciones que varían entre 250.000 y 400.000 millones de dólares que están fuera del circuito financiero formal, ya sea en el exterior o atesorados localmente. Esta cifra, que supera con creces el monto de la deuda externa en manos de acreedores privados, representa un stock de riqueza nacional que, al permanecer «parado, sin funcionar, sin crear inversión, sin generar negocios ni ganancia,» (Salón), se convierte en un lastre para el desarrollo.

Argentina no es pobre en capital, sino en la capacidad de su sistema para canalizar ese capital hacia la producción. La entrada regular de divisas por exportaciones debería ser más que suficiente para acumular reservas y desarrollar el país, pero se «han gastado meramente en rubros improductivos: venta de dólares, turismo emisivo y pago de servicios de la deuda. El ahorro privado, en lugar de financiar crecimiento productivo, desarrollo industrial o tecnológico, financia el atesoramiento o la inversión de argentinos en otros países.

Mario Grinman, desde la Cámara Argentina de Comercio (CAC), pone en perspectiva la magnitud global de este fenómeno al citar que Argentina es el tercer país en el mundo en tenencia de dólares físicos y el primero en términos per cápita, lo que subraya la intensidad de la desconfianza doméstica en su propia moneda. Para Grinman, movilizar, aunque sea el 10% de este dinero ocioso (unos 25.000 millones de dólares) ya tendría un impacto sustancial en reactivar el consumo interno y la inversión, combatiendo la «extrema pobreza, escasa densidad empresarial, pérdida de productividad y problemas monetarios y cambiarios graves» que genera el capital inactivo.

Refugio contra la Incertidumbre

Si bien el efecto de la dolarización del ahorro es perjudicial para la macroeconomía, varios autores coinciden en que la conducta del ahorrista individual es, en el contexto argentino, es perfectamente racional y legítima.

Comprar dólares para atesorar «aparece como no censurable en sí mismo, porque es una defensa que tiene el ciudadano frente a la desvalorización de la moneda» (Giuliano). Ante la inestabilidad sociopolítica y económica consuetudinaria el argentino que logra un pequeño ahorro, no invierte en términos productivos, sino que invierte en una moneda que le ayuda no perder con la inflación.

El dólar se convierte en un activo defensivo o en una moneda de supervivencia. El ahorrista, al presenciar ciclos recurrentes de alta inflación, devaluaciones forzadas, y en el pasado, incluso confiscaciones (corralito), sabe que el riesgo de mantener sus ahorros en pesos excede con creces cualquier rendimiento que el sistema financiero local pueda ofrecer. Esta conducta racional a nivel individual, tiene una consecuencia perversa a nivel colectivo.

La demanda constante de dólares pone presión sobre el tipo de cambio. Las devaluaciones, o la expectativa de ellas, se trasladan inmediatamente a precios, generando la inflación que, paradójicamente, el ahorrista busca evitar.

Al priorizar la acumulación de divisas sobre el consumo, se retira demanda del mercado interno, contrayendo el consumo y afectando la rentabilidad de las empresas que invierten localmente.
La fuga de capital reduce el stock de ahorro disponible en el sistema bancario local, limitando drásticamente el crédito productivo a tasas razonables.

De esta manera, la protección individual termina por generar la misma inestabilidad que busca combatir, alimentando un círculo vicioso de desconfianza.

Deuda y especulación financiera

Aunque el comportamiento del pequeño ahorrista es un factor relevante, la causa central del desequilibrio la ecuación Ahorro = Inversión y de la constante crisis no está en el ciudadano común, sino en las grandes operaciones financieras y el rol del Estado. El endeudamiento público, genera una sangría de divisas de intereses. Para Giuliano, la gran fuga de capital no es el atesoramiento individual (dólar colchón), sino la que se produce por la inversión financiera autónoma, separándola de la «inversión clásica, productiva, física.»

El fenómeno central es el carry trade o bicicleta financiera. Este esquema consiste en que grandes capitales internacionales entran al país con dólares, los convierten a pesos para obtener las tasas de interés más altas del mundo (pagadas por el Estado argentino a través de su deuda pública), y luego reconvierten las ganancias a dólares y las giran al exterior.

Esta operación tiene un efecto devastador en la economía nacional:

Drenaje de Reservas: Si bien los dólares entran inicialmente, se van rápidamente con una ganancia en divisas, consumiendo las reservas del Banco Central y desestabilizando el mercado cambiario.
Sobreendeudamiento Público: El Estado se ve obligado a emitir deuda en pesos (a tasas altísimas) o en dólares para financiar esta bicicleta, aumentando el stock de deuda que, a la larga, solo puede ser pagado con más endeudamiento o emisión.

Desincentivo a la Producción: Los rendimientos astronómicos del carry trade hacen que la inversión productiva (que requiere tiempo, esfuerzo y riesgo) sea percibida como una opción de bajo rendimiento en comparación con la especulación financiera.

En esta visión, el ahorro que se fuga es, en gran medida, la respuesta a un sistema financiero diseñado para premiar la especulación sobre la producción, donde el Estado es el principal garante de la rentabilidad del capital golondrina a través de su endeudamiento constante.

Las respuestas gubernamentales y sus consecuencias

La brecha de financiación interna generada por la fuga de capitales y la sangría especulativa obliga a los gobiernos a tomar decisiones de corto plazo que, irónicamente, profundizan la inestabilidad. Las dos herramientas de parche más recurrentes son la Emisión y el Endeudamiento.

Emisión Monetaria (Financiamiento Inflacionario)

Cuando el Estado no logra financiar su gasto público ni obtener préstamos a tasas razonables por la falta de ahorro interno, recurre al Banco Central para que emita pesos y compre deuda pública. Al aumentar la base monetaria sin respaldo productivo genera un exceso de liquidez que presiona la demanda de bienes y, fundamentalmente, la demanda de dólares como refugio. Esta dinámica se traduce en una aceleración de la inflación, erosionando aún más el poder adquisitivo del peso. La inflación no solo licúa el déficit fiscal, sino que, también valida la decisión del ahorrista de escapar al dólar, cerrando el círculo de desconfianza.

Endeudamiento Externo (Riesgo de Default)

La otra vía es la búsqueda de dólares a través del endeudamiento externo, ya sea mediante la emisión de bonos en divisas o la toma de préstamos de organismos multilaterales. Si bien estos dólares inyectados temporalmente pueden dar un respiro a las reservas, aumentan la vulnerabilidad de la economía. El aumento constante de la deuda en moneda extranjera implica futuros pagos de intereses que deben ser cubiertos con dólares genuinos (exportaciones). Si la fuga de capital y la falta de inversión impiden generar ese flujo de divisas, el país entra en un riesgo constante de default, obligando a nuevas reestructuraciones. El peligro de recibir masivos salvatajes en dólares sin un plan productivo, ya que se convierte en «deuda sin uso productivo, y un serio y multimillonario problema para el país, por generaciones.»(Salón)

Movilizar el ahorro doméstico

Dado que existe un capital de aproximadamente 300.000 millones de dólares físicos que están en el país y en manos de argentinos la solución no es la prohibición de dolarizarse, sino la creación de canales seguros y atractivos para que ese ahorro inmovilizado se convierta en inversión productiva interna.

Grinman (CAC) enfatiza la urgencia de que el Congreso encuentre una herramienta para movilizar ese dinero, permitiendo que el ahorro fluya hacia la compra de bienes durables y la inversión productiva. La clave es ofrecer una «respuesta concreta» que surja de la comprensión de la «desconfianza en el sistema económico-financiero local.»

Giuliano sugiere la necesidad de crear circuitos económicos locales pequeños que “bypaseen” la tentación de la fuga, tales como: fondos de inversión urbanística (invertir fracciones de ahorro en desarrollos urbanísticos, permitiendo a las pequeñas empresas e individuos participar en la inversión inmobiliaria sin entrar en el gran circuito financiero internacional. Asociar estas inversiones con fondeo en dólares provenientes de ahorristas locales para reducir el déficit cualitativo de viviendo que alcanza a más de dos millones de unidades (CENSO 22)

Fondos de inversión ofrecidos como crédito para la producción de bienes exportables gestionados por ramas de producción (instancia federativa) o para financiar actividades productivas agroalimentarias, agroindustriales y extractivas regionales en áreas específicas del país para promover desarrollos locales para equilibrar el producto bruto geográfico.

Las nuevas herramientas que se necesitan deben garantizar a los ahorristas que su capital no tendrá riesgo de pesificación forzada, que los rendimientos serán pagados en la divisa original, las reglas deben ser estables y los servicios administrativos no deben superar los costos internacionales.
Grinman reconoce que la ingeniería financiera que se desarrolle debe ser transparente y evitar «espacios de opacidad» que faciliten operaciones irregulares. El objetivo no es la opacidad, sino la confianza productiva.

Conclusión

Como señalan los autores, la solución no pasa por coercionar al ahorrista, sino por sanear el sistema que premia la especulación (carry trade) sobre la producción. La única manera de desactivar la racionalidad del ahorro defensivo es a través de una estabilidad macroeconómica sostenida por políticas fiscales y monetarias responsables que demuestren, a largo plazo, que el peso puede ser un mejor refugio de valor que la divisa atesorada.

El capital para el desarrollo existe en manos argentinas. La tarea pendiente es la construcción de un puente institucional que conecte la vasta riqueza privada con las enormes oportunidades de inversión productiva en sectores clave como la agroindustria, la energía, la infraestructura y la tecnología.

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