El futuro de la Argentina está en el Interior del País.
Por Hernán Maurette
Politólogo y Consultor en Asuntos Públicos
El territorio argentino. El establecimiento sobre un territorio es una nota constitutiva del Estado Nacional. La soberanía se ejerce en toda su extensión multidimensional. No obstante, pareciera que el avance tecnológico ha puesto en crisis la condición soberana de los estados. Si se trata de hablar del “factor territorial” en concreto, el auge de las telecomunicaciones ha relativizado el valor de las distancias y de los espacios físicos. ¿Hasta qué punto podría decirse, entonces, que el mapa de nuevos límites marítimos reconocido por las Naciones Unidas refleje, efectivamente, el dominio argentino sobre esos recursos ictícolas? Para una nación, en cambio, el asentamiento es una referencia obligada. Se convierte en un concepto mucho más rico y complejo. Por caso, la Nación Argentina efectivizó un despliegue territorial para la consolidación de un Estado que le permitió realizar grandes transformaciones políticas mediante las sucesivas campañas al desierto. El establecimiento del Estado se cristalizó en numerosas transformaciones institucionales durante la llamada Década del 80 del Siglo XIX de la que fue protagonista la Generación homónima. La sociedad de masas del siglo XX se pudo asentar luego en él.
A lo largo del Siglo XX, la frenética transformación tecnológica, a su vez, generó un entorno tan distinto que las viejas formas colapsaron. El llamado Estado Moderno entró en crisis en la Argentina y en el mundo. Se percibe un proceso de fragmentación y tensiones internas en numerosos Estados y, paralelamente, la creación de regiones económicas de dimensiones continentales; consecuentemente, hay una mayor interoperabilidad y cooperación entre las fuerzas armadas nacionales de esas nuevas regiones. En materia monetaria, el euro devoró a las viejas denominaciones nacionales; por otra parte, el blockchain puso en jaque las pocas monedas que aún mantienen algo de valor merced al respaldo de los tesoros nacionales. Nuevamente, las telecomunicaciones eliminaron el sistema de representación institucional, que configuran el sistema democrático y republicano de gobierno.
Puede apreciarse, de este modo, que son numerosas las transformaciones que ponen en vilo la supervivencia del Estado Nacional. ¿No pareciera impensable hoy que un joven desee inmolarse en favor de un reclamo nacional por algunos peñones emergentes sobre el mar por los que hace pocas décadas aún miles de ellos se hubieran alistado voluntariamente para defender a su Patria? Menos imaginable sería que se privasen del confort y de los subsidios citadinos para quedarse “haciendo Patria” en la hostil ruralidad. Menos todavía, en la Patagonia.
“El campo es hostil”. Mi suegro, que vivió su infancia y que trabajó durante muchos años en ese mismo tambo, solía repetir la frase del subtítulo para resumir la inmensa cantidad de circunstancias que exigen al hombre superponerse cotidianamente, simplemente para vivir.
Es natural que, llegados a viejos, un matrimonio de encargados o de caseros rurales se muden a vivir al pueblo; es que la fuerza ya no les permite hacer muchas cosas que llevan tiempo y dedicación con la facilidad con la que lo hacían antes. Por mencionar algunas de estas actividades: cortar y acarrear leña; por abrigado que se esté, salir afuera en una mañana destemplada para buscar leña; traer y llevar la marmita de la leche, que suele cargar varios litros; cortar el pasto y mantener el parque… Hasta soportar el viento y la lluvia exigen mayor esfuerzo en la intemperie rural que en el entorno acotado de las construcciones.
Obviamente, ese par de ancianos podrían quedarse con el concurso de la familia; de las nuevas generaciones. Sin embargo, al igual que en la ciudad, la familia ya no convive con ellos y enfrentar la vejez allí sin ayuda de los más fuertes es un desafío mayúsculo. La familia emigra porque la ciudad les ofrece mayores comodidades y servicios, y hasta beneficios económicos. ¿Quién va a permanecer en el campo ante semejante desigualdad de condiciones? Alcanza ver el ejemplo de los mayores para optar por ese camino. Sólo permanecerán los que no tienen nada que hacer en la ciudad o los que tienen mucha vocación. Mientras tanto, se abre un abismo entre la ciudad y el campo, que pasa a ser una tierra inhóspita además de hostil.
El desierto es estéril. El centro de la economía es el hombre. Algunos deberían reconocer la sabiduría milenaria, otros lo consideraremos un mandato divino: según Génesis 1,28, Dios bendijo a los hombres y les encargó que fueran fecundos y se multiplicaran; que ocuparan la tierra y la sometieran, y que mandaran sobre los peces del mar, las aves de los cielos y todo animal que se mueva por la tierra.
Según el circuito económico, para proveerse el hombre necesita de otros hombres, que a su vez necesitan de los consumidores para compensar su trabajo. Sin la inteligencia y la voluntad del hombre, regirá la ley del más fuerte.
Si la cultura es la manera en la que el hombre modifica su entorno para vivir, la agricultura es el modo en que trabaja el campo. Una expresión más elemental y rústica que otras expresiones culturales, pero cultura al fin.
La sustentabilidad del circuito radica en la economía de recursos, que descansa en la racionalidad y en la libertad del hombre. Para que tienda hacia el bien el hombre debe cultivar su intelecto y ejercitar su voluntad; si bien la ciudad es más favorable para lo primero, el campo es el mejor garante de lo segundo.
La importancia de la tradición. El modo en que el hombre transfería fácil y eficazmente su experiencia era a través de la tradición. Antes del vertiginoso aceleramiento tecnológico, social, económico, político y cultural de los últimos tiempos, cuando aún las referencias permanecían en el tiempo, el hombre utilizaba fórmulas sencillas y memorizables para transmitir sus conocimientos y valoraciones.
Los refranes; ciertos mandatos; el modo de saludar; algunas prendas y el modo de llevarlas, y la forma de utilizar determinados utensilios, no son otra cosa que recomendaciones para la buena ejecución de alguna operación o para desaconsejar la incorrecta.
El uso del chambergo de ala ancha protege a la cabeza del paisano de la exposición al sol; levantar el ala delantera con el índice derecho permite al caballero exhibir el rostro sin soltar la rienda; montar por la izquierda es un uso convencional que facilita a los domadores la masificación del amansamiento de los caballos (hacerlo por la derecha puede que asuste al caballo), o el modo de acompañar a las mujeres del lado de la calle en una ciudad para protegerlas del agua y el barro que expedían los coches, entre muchos otros, son parte de un conjunto de protocolos y señales que sirven para actuar correctamente casi sin pensar; un modo nemotécnico de evitar decidir las actividades más cotidianas.
Con la enorme transformación tecnológica, desaparecen un universo de referencias y aparecen los manuales. De qué sirven saber las tradiciones gauchas si ya no hay gauchos, o las de la caballería si casi no se monta excepto por razones lúdicas. Se impone crear nuevas tradiciones que faciliten el aprendizaje de los menos preparados.
La honorabilidad del oficio. Cuando era chico, ser el boyero era un honor. Quería decir que uno había alcanzado la edad en la que podía resultar útil en el trabajo ganadero. Era como graduarse de grande. Uno era bien considerado para protagonizar un arreo. Uno sabía lo que quería ser viendo a los demás.
Hace unas pocas décadas, nomás, había domadores; talabarteros, que eran los que se daban maña con los tientos; el mensual, que era un peón común; parquero; herrero; cocinera; encargado; capataz; comisionista; vendedor ambulante; tractorista; maquinista; alambrador; bolichero, que atendía el almacén de ramos generales, y tantos otros que poblaban la escena rural. Los más jóvenes tenían referencias vocacionales, por decirlo de alguna manera; si no andaban en un oficio, probaban otro o se largaban de un campo a otro referenciados por otros paisanos a los que veía “en el poblado”, que tal vez no era otra cosa que un pequeño caserío perdido en la pampa o a la vera de una estación de tren.
La robotización eximió al hombre de las tareas más duras con lo que se redujo sensiblemente la población rural. Es importante aclarar que el campo, como tal, nunca fue un buen refugio para las familias; excepto que consideremos campo a los pequeños poblados referidos, que son una suerte de obrador rural; las pequeñas poblaciones -de unos miles de habitantes- que viven sensiblemente de un entorno campero, o los habitantes de los suburbios de carácter semirural, en torno de las ciudades.
Pero aún sin verlo trabajar a diario, un hijo podía saber si su padre era arriero o tropero, y podía seguir su ejemplo. Los enormes cambios tecnológicos destruyeron oficios y crearon otros, cuyos nombres aún no existen; es imperioso nominarlos y darles una narrativa con el
carácter épico que merezcan.
El cuidado del ambiente. Hay gente para todo y no todos servimos para todo. Aunque todos deberíamos poder adaptarnos a cualquier entorno porque, según dice el refrán, “el hombre es un animal de costumbre”. Lo que es importante es reconocer las diferencias y
equiparar las condiciones. Si en una población rural no hay una buena sala de primeros auxilios, alguna clase de establecimiento escolar, entretenimiento, conectividad y buenos accesos, es imposible que una familia se establezca por elección en un poblado ni en un barrio marginado del conurbano bonaerense u otros equivalentes de nuestro Interior, excepto por necesidad.
Por otra parte, es normal que en caso de que un poblado tenga una buena oferta educativa y de salud, accesos, conectividad y una entusiasta vida comunitaria, se pueble hasta el punto de comprometer su capacidad habitacional. Es fundamental replicar casos similares antes de permitir que ese poblado crezca y crezca hasta perder aquello que lo hacía especial.
Es fundamental que el cuidado de los ambientes se realice bajo la premisa de la ética aristotélica: que procure el máximo bien de la cosa. Porque si el poblado rural deja de ser rural; el suburbio deja de serlo, y la ciudad pasa a ser una enorme pajarera, es inevitable el éxodo y el advenimiento en su reemplazo de personas provenientes de otros estratos sociales y pierden su esencia original. No es que está mal o está bien; sólo que el Estado debe poner condiciones que favorezcan la calidad de vida de todos y cada uno de sus habitantes de modo de evitar que se imponga, aún entre humanos, la ley del más fuerte.
En ese sentido, la Nación debe tener pautas claras para sus habitantes, ya sea en general como cuando están organizados en comunidades. Para ser sustentable, el Estado debe promover o desinteresar ciertos procesos migratorios y debe recompensar los procesos bien
efectuados.
La decisión política. El desarrollo territorial es una decisión política. Nadie va a repoblar el desierto porque sí. Incluso habiendo gente más amiga del frío que del calor; más o menos amante de la meseta, de la costa o de la cordillera; de la soledad o de la vida urbana, quien migra lo hace detrás de un proyecto, sea personal, familiar o comunitario.
Para revertir el éxodo urbano es importante que el Estado procure:
1) Antes que nada, desestimular el establecimiento de nuevos habitantes en las zonas superpobladas. Tal vez el caso más escandaloso es el de las usurpaciones muchas veces toleradas por el poder político. Pero el mantenimiento de los subsidios o el recorte en la asignación de planes es un mecanismo más manejable, especialmente si en la otra mano hay destinos para ofrecer.
2) Establecer mecanismos de redistribución poblacional. Por ejemplo, con la nueva doctrina de Defensa, que revierte la concentración del asentamiento militar y nuevamente procura un mayor despliegue territorial, sería interesante reconvertir los planes sociales para la conscripción de soldados voluntarios. Otro mecanismo puede ser la redistribución de oficinas administrativas del Gobierno Federal o Provincial de modo que estén más cercanas a la operación que controlan. Asimismo, la realización de obras de infraestructura, ya que si se continúa invirtiendo en los lugares superpoblados no se hace otra cosa que seguir convocando a la superpoblación. El proyecto de conexión ferroviaria interoceánica o los ductos que conducirían el gas de Vaca Muerta hacia Bahía Blanca para la liquidificación, son buenos ejemplos en ese sentido.
3) Desandar el camino del ahogamiento de las actividades rurales más rentables. En la medida que se siga exprimiendo la rentabilidad de los que tienen a su cargo la explotación de los recursos naturales para redistribuirlos en los sectores más necesitados que se asientan en
torno de las grandes urbes, seguirá siendo cada vez más difícil generar trabajo en las actividades económicamente sustentables.
4) Estimular el establecimiento rural mediante el acceso a los servicios estatales básicos, tales como educación, salud, seguridad, infraestructura y conectividad. El plan de Ciudades Intermedias de Patricio Randle brilla en la ejecución de aquella única prueba piloto realizada en los 70, en torno de las ciudades del sudeste bonaerense Tandil, Olavarría y Azul.
5) Promover la bioeconomía. El impacto más concreto tal vez se pueda ver en el Noroeste Argentino (NOA) con la promoción de un mayor corte de bioetanol, que impacte positivamente en los campos cañeros y en las industrias del azúcar, cuando no en el cultivo de maíz y de soja, para el caso del mayor corte de biodiesel, en tierras alejadas del complejo oleaginoso y portuario de Rosario. Pero todas las actividades agropecuarias del interior podrían despegar en la medida en que el Estado elimine las retenciones a las economías regionales (monedas para el Estado pero que pueden ser muy valiosas para impulsar algunos sectores) y favorezca la investigación y el desarrollo de nuevos materiales, fármacos, tejidos y alimentos, derivados de actividades agropecuarias. Esto inmediatamente frenaría y de alguna manera colaboraría con la reversión del éxodo de las zonas más desfavorecidas. El impacto de la ganadería en Formosa, de la industria láctea en las cuencas lecheras, de las granjas porcinas y avícolas, por mencionar unas pocas, es evidente. Bastaría con restarles presión fiscal para ver emerger de la nada a ciudades enteras. Brasil es un claro ejemplo de ello. Al igual que en nuestra Patagonia, son pocos los que pueden decir que son NyC (Nacidos y Crecidos allí) en ciudades como Uberlandia. El crecimiento de la producción de soja y de productos derivados de su industrialización no sólo ha desplazado a la Argentina del liderazgo de algunos mercados sino que revolucionó el interior del gigante lusitano.
6) Finalmente, no podemos olvidar a la agricultura familiar, que garantiza una pobreza digna y sustentable a las familias allí asentadas. Pero es fundamental que ese régimen, por un lado, no limite el crecimiento de esas economías domésticas que muchas veces no despegan para no perder los beneficios por modificar su escala; y que, por otro, reciba un apoyo auténtico, tanto en lo financiero como en lo tecnológico, ya que el auge de la maquinaria atiende naturalmente a las grandes escalas y olvida a las pequeñas superficies y a las pequeñas dimensiones. Debe haber políticas públicas que consideren este segmento, que es imprescindible para la capilaridad del despliegue en el territorio.
Concretamente. El Estado Nacional está en crisis y esa crisis dificulta la búsqueda de soluciones para el problema del desarrollo territorial. Nadie duda de las bondades de estos procesos. Pero la política ha dejado de dirigir para liderar; abandonó la conducción para primerear. Dado que los votos están en las zonas más pobladas es natural que los políticos decidan en favor de medidas efectistas de corto plazo para garantizar su reelección, por lo que el fenómeno de la concentración adquiere mayor volumen a una velocidad creciente. La gente descree de las soluciones políticas, que sabe que son efectistas y cortoplacistas. Eso se refleja en la casi desaparición de la población rural (ocho por ciento del total) y que es nueve por ciento menor a la de la región y mucho mayor a aún a la de naciones más desarrolladas.
La tendencia es irreversible, excepto que se tome una decisión política geoestratégica.