Lic. Juan Pablo Berarducci
Es frecuente en el debate político y en la vida de las instituciones republicanas encontrarnos con perspectivas un tanto estereotipadas y contradictorias sobre la participación política de los jóvenes. Se les atribuye la apatía y desentendimiento respecto de la cosa pública cargándoles una suerte de irresponsabilidad; también en sentido opuesto se los presenta generosos y desinteresados y se convierten, sin fundamento real, en un bien preciado por su altruismo sea por partidos políticos o instituciones del tercer sector.
Las perspectivas mencionadas impiden comprender la verdadera relación que los jóvenes mantienen con lo público en general y con la política en particular. Estas miradas ocultan ricas experiencias de compromiso y liderazgo que ponen de manifiesto la tendencia natural por la vida social de todo hombre y la preocupación y ocupación que por ella tiene. La participación política en general y la de los jóvenes es una compleja realidad, con múltiples dimensiones.
Son parte de ella la matriz institucional, los roles sociales, las tradiciones políticas y por supuesto el acontecer histórico; su complejidad precisamente dimana de la interacción cambiante de estas dimensiones.
A su vez la naturaleza misma de participación política guarda relación de sus grados o modos, que va desde la disposición inicial por la información política hasta liderar acciones y decisiones en las diferentes instituciones en que se organiza el sistema político. De votante común a la preocupación por adoptar opiniones sobre cuestiones o temas políticos hasta la militancia organizada. La rica experiencia que implica ser parte y además liderar procesos políticos poco tiene que ver con el mero cumplimiento de las “cargas públicas”.
Esa experiencia requiere una vocación inicial, un interés que suscita pasiones pero que requiere de un proceso de aprendizaje para consolidar y ordenar esa iniciativa, para que no se transforme en frustración al tomar contacto con el muchas veces confuso y antiético mundo de la política contemporánea. Necesitamos líderes.
Reconocemos al líder por su capacidad de inspirar a los demás, moviéndoles a trabajar con pasión en orden a la consecución de una meta común. Por eso el líder es mitad movilizador de personas, mitad “conseguidor” de resultados. Es una persona capaz de influir en su comunidad de manera que se impliquen con entusiasmo en el bien común. Su esencia no está en el número de seguidores, ni tampoco en el prestigio, la simpatía o el poder jerárquico. La esencia del líder está en su capacidad para lograr el compromiso emocional de sus colaboradores en una misión conjunta.
Tanto un estratega militar, un político, o un santo, serán líderes si son capaces de lograr implicación emocional en torno a un proyecto concreto. Los valores personales, como la prudencia o la justicia que guían la toma de decisiones, o la honradez, la sinceridad y la lealtad, son claves para un liderazgo excelente. De hecho, son precisamente esos valores, encarnados en la persona del líder, los que nos permiten hablar de un verdadero liderazgo inspirador y ético.
Los auténticos líderes políticos que una comunidad necesita ha de caracterizarse en primer lugar por sus conocimientos y su competencia en el área en la que presta servicio a los ciudadanos y ello debe ser completado con una clara vocación de servicio que, por su propia naturaleza, reclama un especial empeño por empatizar con las personas a las que se desea servir. No cabe el liderazgo político cuando se es incapaz de transcender los números para llegar a los ciudadanos concretos; cuando se ven votantes en lugar de personas con problemas reales, anhelos y esperanzas que merecen ser atendidos.
Cabe reiterar la conclusión de numerosos estudios dando cuenta que la creciente crisis institucional se relaciona directa y proporcionalmente con la ausencia de líderes con valores. Pero el ejercicio del liderazgo no puede ser el mismo en los niveles superiores de gobierno que en aquellos otros que se encuentran más próximos a la ciudadanía. La respuesta a los problemas concretos encuentra caminos de solución ante la presencia de un liderazgo local.
Sin duda el ámbito municipal supone y exige la cercanía y proximidad en el ejercicio del liderazgo. Se trata de implicarse y afrontar problemas concretos en asuntos que afectan directamente a la vida cotidiana. En el plano local, el diálogo es necesario, pero los vecinos reconocen quien se implica en los problemas reales y, con frecuencia, rechazan los debates ideológicos de naturaleza partidaria. La gestión eficiente y el servicio al bien común local deben ser elementos característicos del liderazgo en ese nivel.
Hay que formar a los niños para ser ejemplo y modelo de buen ciudadano y líderes en la vida social. Se debe empezar desde las bases de la organización política para mejorar la vida de la comunidad social, es decir, trabajar y participar en la vida de la ciudad. Excelente artículo.